CONSTRUIR UN PAÍS PARA TODOS: EL DESAFÍO DE LA IMPARCIALIDAD EN TIEMPOS DE CAMBIO
Desde Afuera
Por: Douglas Agreda
En el momento político, social y comunicacional que atraviesa El Salvador, resulta inevitable reflexionar sobre el papel de quienes informan, analizan y dan forma al debate público. Hoy, más que nunca, el país necesita una prensa crítica, pero también justa. Una opinión libre, pero no motivada por heridas pasadas. Y una ciudadanía informada, no arrastrada por bandos enfrentados.

Durante décadas, el periodismo salvadoreño ha sido testigo —y en ocasiones parte— de los círculos de poder. Algunos comunicadores han tenido roles diplomáticos, otros han trabajado en estructuras estatales o han estado cerca de partidos que hoy son ampliamente rechazados por la mayoría de la población. Estas trayectorias personales no descalifican sus voces, pero sí colocan sobre ellas una responsabilidad mayor: la de ejercer su oficio con ética, transparencia y, sobre todo, con imparcialidad.
La crítica es indispensable en una democracia. Pero cuando se convierte en una cruzada personal, pierde su valor como herramienta de construcción. La ciudadanía distingue cada vez más entre una denuncia fundamentada y una opinión sesgada. Y en un país donde los extremos han lastimado el tejido social, el rol del periodismo debería ser el de tender puentes, no cavar trincheras.

Hoy, El Salvador vive cambios profundos. En el ámbito de la seguridad, la percepción de tranquilidad ha mejorado significativamente. En lo económico, aunque hay señales mixtas, también se presentan nuevas oportunidades para la inversión y el desarrollo. Y en lo político, la figura presidencial concentra niveles de apoyo inéditos. Frente a este escenario, el periodismo tiene el deber de observar, fiscalizar y contextualizar… sin resentimientos ni nostalgia por el poder perdido.
La ciudadanía —tanto en el territorio como en la diáspora— ya no acepta verdades a ciegas. Quiere hechos, argumentos, respeto y sobre todo honestidad en quienes tienen acceso a un micrófono o una pluma. El país no necesita más divisiones provocadas por intereses editoriales con pasado partidario. Necesita equilibrio. Necesita conciencia del momento histórico que vivimos.

Porque si hay algo claro, es que la reconstrucción de El Salvador no es tarea exclusiva del gobierno ni del sector privado. También compete a los medios de comunicación, a los líderes de opinión y a toda voz que tenga eco público. Las lealtades del periodismo no deben estar con una ideología ni con una figura política, sino con la verdad y con la gente.
En un país herido por la polarización y las traiciones, la imparcialidad no es un lujo: es una obligación ética. Solo así se podrá contribuir a construir un país donde todas las voces cuenten y donde el bien común sea el único interés que nos convoque a todos.