ORIENTE EN MOVIMIENTO: LA APUESTA ESTRATÉGICA PARA CONECTAR, CRECER Y TRANSFORMAR
Desde Afuera
Douglas Agreda
La zona oriental de El Salvador —los departamentos de San Miguel, Usulután, Morazán y La Unión— ha vivido históricamente una doble condición: riqueza geográfica y abandono institucional. Hoy, sin embargo, parece emerger como un nuevo escenario para la inversión, el turismo y la conectividad regional. No se trata sólo de obras de infraestructura; se trata de redireccionar un territorio hacia otro papel en la economía salvadoreña y en la región.

Con inversiones por más de US$ 1,424.8 millones anunciadas para la zona oriental, incluyendo proyectos clave como el aeropuerto en La Unión y el puerto marítimo en la misma región, el Gobierno marca un cambio de paradigma. Estas iniciativas buscan que el oriente deje de ser tránsito o periferia, y se convierta en puerta de entrada y salida logística, comercial y turística para El Salvador.

La clave es la conectividad. Obras como el periférico Gerardo Barrios en San Miguel —una vía de circulación estratégica que descongestiona el tráfico pesado y permite mover mercancías y personas— ilustran el cambio. También los nuevos puentes inaugurados en distritos como San Antonio del Mosco y Carolina —inversión de US$ 24 millones— fortalecen rutas rurales que estaban aisladas.
Esta conectividad mejora el acceso a mercados, dinamiza la producción agrícola y artesanal, reduce costos logísticos y atrae inversión. Pero lo hace con mirada exterior: no solo para El Salvador, sino como nodo regional hacia Honduras, Nicaragua y el Golfo de Fonseca.

El turismo emerge como motor complementario. El proyecto “Surf City II” ya en marcha en la costa oriental —conectando 11 playas, ciclovías, miradores y un trazado de 13 km— apunta a posicionar la región como destino internacional. Esto abre posibilidades para empleo local, pequeñas empresas y cadenas de valor que hasta ahora se concentraban en el occidente del país o en el extranjero.
No obstante, la promesa enfrenta retos. El desarrollo debe ser inclusivo, llegar a las comunidades históricamente marginadas, y evitar que la inversión se concentre solo en polos turísticos o industriales. Si la articulación institucional es débil, la conectividad podría servir solo para transportar materias primas o turistas, sin que las poblaciones locales obtengan beneficios sostenibles.

Desde afuera, observadores e inversionistas ven a la zona oriental como un pasillo logístico y comercial emergente, con acceso al Pacífico, al Golfo de Fonseca y a la red regional de transporte marítimo y vial. Si el oriente se conecta bien, El Salvador gana un nuevo eje de crecimiento: uno que no compite solo con la capital o la costa occidental, sino que añade un enfoque territorial equilibrado.
Por último, la pregunta que queda pendiente: ¿podrá El Salvador convertir esta inyección de infraestructura y conectividad en oportunidad para sus comunidades rurales y productoras?
Si la zona oriental logra transformarse en plataforma de conectividad real, el país podría estar dando un paso decisivo hacia una economía regionalizada, más diversificada y verdaderamente para todos.
